Sin entrenador

feb 23, 2013 0 136 Views

La derrota del Barça en Milán deja muchas lecturas, algunas de ellas pegadas simplemente al resultado, que hay que recordar no es definitivo porque si hay un equipo en el mundo capaz de golear a cualquiera es el azulgrana. Damos por hecho que solo con el empuje del Camp Nou y la rabia que sacarán los jugadores el Barça tendrá opciones de superar la eliminatoria, no será fácil ganar por tres goles de diferencia, pero la calidad de la plantilla azulgrana les capacita de sobra para ello. Pero si miramos más allá del marcador y vamos a la imagen y a las sensaciones que ofrecieron los jugadores del Barça, nos encontramos que por primera vez en mucho tiempo el Barça pareció “hastiado“. A lo largo de los últimos años el Barça ha tenido algunas derrotas, pero caía sin perder su imagen vertiginosa, revelándose ante la adversidad y acelerando hasta el infinito para buscar la portería contraria. En  Milán el Barça perdió esa intensidad. Durante todo el partido pareció que sus futbolistas no encontraban soluciones, se les hacía pesado el trabajo. No hay que desmerecer la actuación de los jugadores italianos, prietas las filas y fuerte la pierna, pero ante ese panorama otras veces el Barça había sabido encontrar salidas. Esta vez no. ¿Dónde están esas  salidas?  En el vértigo y la intensidad. Y para sacar el vértigo y la intensidad es fundamental la motivación. Y cuando la motivación de los futbolistas cae es cuando tiene que actuar el entrenador. La motivación del jugador es cuestión del entrenador.

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Roura hace lo que puede, pero estar a la altura del banquillo del mejor equipo del mundo no es fácil. Ayer, cuando el Barça iba al tran-tran y pasaban los minutos si crear una ocasión de gol, algunos nos imaginábamos a Guardiola inquieto en la banda, oliendo el peligro del partido, sin parar de decirle cosas a sus futbolistas . La vehemencia de Guardiola en el banquillo y en vestuario es una pérdida tremenda para el Barça. Cuando Pep decidió dejar su puesto sabía que mantener a los jugadores afilados de ambición iba a ser cada vez más difícil. En cualquier caso todos alabamos el trabajo de Vilanova durante sus primeros meses. Tito  no era Pep, pero pareció conseguir que el equipo mantuviera cierto fulgor,eso sí,  no como el de años anteriores. Se ganaban los partidos, pero con más dificultades, incluso sufriendo, algo que antes no veía y que llegó incluso a ser alabado como una nueva cualidad. “El Barça de Tito sabe sufrir“, se decía. Pero el Barça, además de sufrir, se estaba acostumbrando a la ley del mínimo esfuerzo, a dar lo justo para ganar. En los últimos meses el equipo tenía pocas sorpresas. Los titulares se sabían titulares, los suplentes lo asumían con naturalidad, excepto Villa, y el grupo autogestionaba la motivación.  Cuando llegó la recaída médica del técnico volvieron las dudas. La decisión del club de colocar a Roura al frente del vestuario,  respetuosa y loable, tenía un gran riesgo. El Barça necesita en el banquillo alguien capaz de motivar a estrellas consagradas e ilusionarles como si fueran juveniles recién llegados al primer equipo. No lo puede hacer cualquiera.  ¿Nos imaginamos al Madrid entrenado por Karanka? No.

El Barcelona afronta dos semanas decisivas con la vuelta en Copa ante el Real Madrid y en Champions ante el Milan. Veremos como encauza el vestuario una exigencia que puede motivarles y sacar la tensión competitiva que se les ha echado en falta, pero también extralimitar la tensión en un grupo de jugadores que llevan muchos años sometidos a la obligación de ganar siempre.

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